martes, 27 de octubre de 2009

Mujeres condenadas (Delfina e Hipólita)

A la luz pálida de las lámparas fallecientes,
Sobre blancos cojines impregnados de olor,
Hipólita soñaba con los besos potentes
Que alzaban la cortina de su joven candor.

Buscaba con mirada que turbó la extrañeza
El firmamento de su inocencia ya lejana,
Al igual que un viajero que vuelve la cabeza
Hacia el azul horizonte que cruzó la mañana.

Las perezosas lágrimas de sus ojos velados,
Su sorpresa, su fatiga, su obscura locura,
Los brazos como inútiles armas abandonados
Todo a engalanar servía su frágil hermosura.

Extendida a sus pies, calma de gozo presa
Delfina la espiaba con sus sus ojos ardientes,
Como el animal fuerte que vigila una pieza
Tras haberla primero marcado entre los dientes.

Hermosa fuerte de hinojos ante una frágil bella
Espiaba voluptuosa el triunfo de su intento,
Como un vino, soberbia se inclinaba hacia ella
Como para recoger dulce agradecimiento.

De su pálida victima en los ojos buscaba
El mudo cántico que el placer canta en su giro,
Y aquella gratitud, infinita y esclava
Que parte de los parpados como un largo suspiro.

-“Hipólita, alma mía ,¿qué dices de esas cosas?
¿Te has dado cuenta que ahora que no hay que entregar
El sagrado holocausto de tus primeras rosas
Al fuerte soplo que las pudiera marchitar?

Mis besos son ligeros como los de las estrellas
Que acarician de noche los lagos transparentes;
Pero los de tu amante clavarían sus huellas
Como las de una carreta o un arado hirientes.

Sobre ti pasarían como una caravana
De caballos y bueyes con cascos sin piedad.
Vuelve pues ese rostro, Hipólita, oh mi hermana,
Tú, alma y corazón mío, mi todo, mi mitad.

Torna a mí de tus oíos los azulados cielos,
Por solo una mirada de encanto sin confín,
De placeres aún más obscuros alzaré el velo,
¡y habré de adormecerte en un sueño sin fin!”

Pero Hipólita entonces, levantando la frente:
“No soy ingrata, Delfina mía, ni me apena
Tu amor, pero penando estoy de un mal mordiente,
Como después de una nocturna y terrible cena.

Caer sobre mi siento terrores enfermizos,
Y vagos batallones de fantasmas obscuros,
Que me llevan por caminos resbaladizos,
Ceñidos siempre por ensangrentados muros.

¿Habremos cometido algún negro extravío?
Explícame si puedes, esta turbación loca:
De terror me estremezco si me dices: Bien mío,
Y sin embargo, siento que hacia ti va mi boca.

No me mires así, oh mi única amada,
Tú, a quien quiero por siempre, mi hermana de elección,
Aún cuando para mi fueras mi firme emboscada,
Y hasta el inicio mismo de mi condenación”.

Y sacudiendo Delfina su crin volcánica,
Como convulsionada sobre un trípode eterno,
Respondido-la mirada fatal- , con voz tiránica:
-“¿Quién ante el amor se atreve a hablar del infierno?

¡Maldito sea para siempre y remisión,
El soñador inútil que pensó en su necedad,
Presa haciéndose de un problema sin solución,
En cosas del amor mezclar la honestidad!

¡El que quiera fundir en un acorde místico
La noche con el día , la sombra y el calor,
Nunca calentara su cuerpo paralítico,
En ese sol bermejo que llaman el amor!

Ve, si deseas, un novio estúpido a buscar,
Correa ofrendarte a sus besos despiadados:
Y de remordimiento y horror llena a ocultar
Vendrás en mi después tus senos magullados.

¡No se puede aquí abajo servir a mas de un amo!”
Pero la criatura, con grandiosa pasión,
Gritó de pronto:-“Siento que se abre a tu reclamo
En mi un abismo y esa profundidad es mi corazón!

¡Hondo como el vacío, como un volcán quemante!
¡Nadie saciará al monstruo gemebundo e insano,
Ni la sed de la Euménide calmará, torturante,
Que lo quema hasta el fondo con la antorcha en la mano!

Qué los cortinados nos separen del mundo
Y que solo el cansancio de descanso al amor!
¡Yo deseo aniquilarme en tu cuerpo profundo,
Y hallar en tu seno la tumba del frescor!”

Víctimas lamentables, descended, bajad de grado,
Descended camino al infierno imperecedero,
A lo más profundo de la sima en que los flagelados
Todos los crímenes por vientos de alas de acero,

Bullen mezclados con huracanes bramadote.
Sombras locas, corred del deseo al abrigo;
Nunca conseguiréis saciar vuestros furores,
Y de vuestros placeres se engendrará el castigo.

Jamás un rayo fresco brilla en vuestras cavernas;
Por las grietas del muro los miasmas venenosos
Se filtran e inflaman lo mismo que linternas,
Y empapan vuestros cuerpos de aromas espantosos.

Reseca vuestra carne y vuestra sed acosa
La fecundidad áspera de vuestra conjucción
Y hace de la lujuria la ráfaga furiosa
Crujir vuestra piel como un alejado pabellón.

¡Lejos de toda vida, errantes, condenadas,
A traves del desierto como lobos fugáis;
Cumplid vuestro destino, almas desordenadas,
Y huid del infinito que en vosotros portáis!


/Charles Baudelaire/Las flores del mal/

No hay comentarios: