Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano-atenta al caso-
mi alma quien oprimía tu cintura...
De procaces sulfatos, un impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.
Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó sobre mi hombro...
Uniéndome a tu ser, con suave impulso,
al fin de mi especioso simulacro,
de un largo beso te apuré convulso
¡hasta las heces, como un vino sacro!
/Julio Herrera y Reissig/
viernes, 9 de octubre de 2009
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