sábado, 10 de octubre de 2009

El bar

Dios está e todas partes.
Pero tenemos que purificar constantemente nuestra mirada para descubrirle en todos los ambientes y en todas las personas.
No se trata de llevar a Dios a los demás. Ya lo poseen.

Se trata únicamente de rastreaarle en ellos para encontrarle y adorarle una y otra vez.
He ahí nuestro quehacer. Esforzarnos humildemente por apartar cualquier obstáculo que le impida manifestarse cada vez más.

***
Leví ofreció un gran banquete en su casa con asistencia de gran multitud de publicanos y otros que estaban recostados con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban hablando con los discipulos: "¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?" Respondiendo Jesús les dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos, y Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (Lc 5, 29-32)
***
Era un bar
como todos los bares de junto a una estación o cabe un puerto. Como todos los bares del mundo.
Al entrar
una muchacha se nos acercó, una pobre muchacha de ojo vendidos.
Yo sentí su mirada tocando nuestros rostros, como una mano sucia toca una tela nueva, como un dedo manchado se pasea por el muro recién blanqueado.
Ella... elegía.
Temí que nos manchase.
Por unas pocas perras un fulano achispado hizo saltar el jazz mecánico y, en un instante, el bar se inundó de luz chillona, de música desesnfrenada, de ritmo epiléptico.
Bailaban grotescas parejas, pintarrajeadas de amarillo, verde, rojo.
Y entre ellas un tipejo,
un pequeño chiquillo monstruoso, con cuerpo de niño y cara envejecida.
Saltaba como un muñeco entre las manos del diablo.
¡Señor, allí no había un céntimo de humano!
¿Dónde estaba en él el hijo de Dios?
¿Dónde en ella la hija de Dios?
Yo he querido encontrar esa pequeña criatura divina
al dar las buenas noches,
sacarla a "ella" de ella,
a "la" que se ha perdido,
definitivamente,
a "la" que ni sabemos dónde ha ido a parar.
Yo quise encontrar a la hija de Dios al fondo de sus ojos, tocarla, hallarla,
amar a esa que en ella Tú amas, a "la" que Tú has querido desde la eternidad.
En nombre tuyo, al irme, yo la estreché la mano.
Si me hubiera atrevido la hubiera, incluso, abrazado.
Y yo creo que ella -tu hija- me miró desde el fondo de los ojos de la mujer mientras yo me alejaba.
Era de noche.
Yo pensaba que a aquella misma hora benedictinos, trapenses, carmelitas, en el silencio y la pureza tocaban a Dios con su alma abierta.
Y sufrí por tu ausencia.
Todo me parecía horroroso y vacío.
Y con todo...
con todo la luz roja ha venido siguiéndome, la luz roja que salpica las calles de las grandes ciudades nocturnas,
la que marca la entrada de las casas abiertas, la que invade las salas de placer,
la que también anuncia tu Presencia en la capilla oscura de la abadía.
Oh, Señor, ¿hay entonces tan distintas luces rojas en la ciudad de los hombres:
las que llevan a Ti,
las que invitan al pecado?
¿O quizá, Señor,
a pesar del mal
a pesar de nosotros,
a pesar de todo
también estabas Tú allí
anoche
en el bar
junto a ella?
*
Sí Yo estaba allí, pequeño mío.
Pues Yo estoy donde reina la pureza, para que se me adore.
Y también donde triunfa el pecado: para rescatarlo.
/Michel Quoist/Oraciones para rezar por la calle/

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