sábado, 3 de octubre de 2009

en medio de la calle

El mundo ha llegado a un desorden tal que muchos hombres se han visto obligados -para ganar su mendrugo- a trabajar directa o indirectamente en la preparación de armas cuyo único fin es asesinar física o moralmente a otros hombres. Prisioneros de sistemas económicos concebidos en pecado, se ven obligados algunos a la mentira y al robo.


Hace falta que unos y otros sufran hondamente esta trágica situación.
Solidarios con este Mundo del que no tienen derecho de evadirse solos, deben tomar conciencia del pecado que les rodea para sentirse responsables de él. Y, lo mismo que no hay auténtica contribución más que a condición de esforzarse por cambiar de vida, no cabe auténtico dolor ante el pecado de todos más que a condición de trabajar para transformar las estructuras inhumanas.
Es éste un deber inaplazable del que nadie puede librar a un cristiano.

***

Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad construida sobre un monte no puede ocultarse, ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a cuantos hay en la casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres. (Mt 5, 14-16)

***
Haciendo eses en medio de la calle
iba cantando a gritos con su voz de borracho empedernido.
La gente se volvía, se detenía, se divertía.
Un agente llegó hasta él de puntillas, por la espalda.
Lo cogió brutalmente por los hombros, lo llevó al calabozo.
Él iba aún cantando.
La gente aún reía.
Yo no reí.
Pensaba, Señor, en esa esposa que inútilmente esperará esta noche,
pensaba en todos los borrachos de la ciudad
los de las tabernas y los bares
los de los salones y los guateques.
Yo pensaba en su vuelta a sus casas por la noche,
en los niños asustados
en la cartera vacía
en los golpes
en los gritos
en los llantos
en los niños nacidos de abrazos entre eructos.
Ahora, Señor, Tú has extendido tu noche sobre la ciudad
y, mientras se urden y entrelazan estos dramas,
los hombres que han fabricado ese alcohol,
los que lo embotellaron,
los que lo vendieron,
dormirán tan tranquilos.
Yo pienso en todos ellos y me dan pena,
ellos han fabricado y vendido la miseria,
ellos han fabricado y vendido el pecado.
Pienso también en tantos cómo trabajan
para la destrucción y no para construir,
para ensuciar y no para ennoblecer,
para embrutecer y no para aclarar,
para envilecer y no para engrandecer.
Pienso sobre todo, Señor, en la multitud de hombres
que trabaja para la guerra,
en los que para alimentar a su familia deben trabajar en destruir a otros,
en los que para vivir deben fabricar muerte.
Yo no te pido, Señor, que los saques a todos de su horrible tarea,
sé que es imposible.
Pero haz, Señor, que se lo piensen un poco,
que no duerman tranquilos,
que luchen contra el desorden de este mundo,
que sean un fermento,
que sean redentores.
Oh, Señor,
por todos los heridos de alma y cuerpo, víctimas del trabajo de sus hermanos,
por todos los muertos cuyas muertes fabricaron a sabiendas los hombres,
por este borracho, payaso grotesco en mitad de la calle,
por la humillación y las lágrimas de su esposa,
por el miedo y los gritos de sus niños,
por todo esto, Señor, ten piedad de mí que tantas veces me duermo,
ten piedad de los infelices que, a ciegas, son cómplices de un mundo en el que los hermanos se asesinan para ganarse el pan.
/Michel Quoist/ Oraciones para rezar por la calle/

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