sábado, 5 de septiembre de 2009

una copa de vino

El vino es una flor de un solo pétalo de vidrio.
Entre los tantos seres que pueblan el mundo debido a su leve violencia, el vino es el de más firme delicadeza.
En el oscuro y claro reino de los líquidos, cuya soberanía comprende desde los almíbares hasta los venenos, el vino ocupa un lugar de misterio. La fuerza y somnolencia de las propiedades que lo defiden hacen que se parezca a la sangre humana.
Está vivo, sí, pero es lento.
Le cuesta un poco fluir, Es hosco, vago y espeso. Avanza paso a paso entre las nubes de piedra que van desde los labios al borde del vaso, y del vaso al filo de las estrellas.
Va sin pensar, dentro de sí, en medio del sentido líquido de su cuerpo, como si le pesara la flojedad del sueño. Por lo común es rojo, de tono rubí, sereno, o francamente tinto.
A veces aguachento, como con gotas de agua lustral venidas de lejos.
En ocasiones, debido a la opalina propia de las cáscara de la cepa, al fermentar transparenta, dando la idea y la palidez de una leucemia.
En el extendido reino de los líquidos se hallan junto a él el sudor, la saliva y el semen. También el agua de mar, las lágrimas de llanto y las de la menstruación, los humores segregados por los racimos del páncreas y los propios del hígado en su seno.
Pero el vino es el que más sobresale, el que más canta.
La pureza de su sonido y la razón proveniente de la oscuridad hacen su fuerza más verdadera.
Pero más obstinado y persistente aún que el vino es su silencio, el rastro de humedad que deja en las copas al abandonarlas, al ser bebido.
Al colmar una copa se alcanza la verdad, y al vaciarla se llena de violencia.
Entonces en el espacio queda una pregunta.
Y fuera del espacio el vino sin respuesta.

/Rafael Courtoisie/Música para sordos/

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