domingo, 29 de noviembre de 2009

Una noche en que estaba con una horrible hebrea
como junto a un cadáver yacente, otro cadáver,
me puse a divagar, frente al cuerpo venal,
en la aciaga belleza donde hoza mi deseo.

Y me representaba su majestad nativa,
su mirar de vigor y de gracias provisto,
sus cabellos en forma de casco perfumado
cuyo sólo recuerdo me estimula al amor.

Porque hubiese besado tu cuerpo con fervor
y de los tibios pies hasta las negras trenzas,
desatado un tesoro de profundas caricias,

Si una noche, con lágrimas mansamente vertidas,
un instante pudieras, ¡oh reina de las crueles!,
velar el esplendor de tus frías pupilas.

/Charles Baudelaire/Las Flores del Mal/

domingo, 22 de noviembre de 2009

cuento

Un príncipe estaba molesto por haberse dedicado exclusivamente a la perfección de las generosidades vulgares. Preveía sorprendentes revoluciones del amor, e intuía en sus mujeres algo mejor que esa complacencia adornada de cielo y de lujo. Quería ver la verdad, la hora del deseo y la satisfacción esenciales. Fuese o no una piedad aberrante, así lo quiso. Poseía, al menos, bastante poder humano para conseguirlo.
Todas las mujeres que le habían conocido fueron asesinadas. ¡Qué saqueo del jardín de la Belleza! Bajo el sable, ellas le bendijeron. Ya no encargó más: las mujeres reaparecieron.

Mató a cuantos le seguían, después de la caza o de las libaciones: de nuevo todos le seguían.

Se recreó degollando a los animales de lujo. Ordenó flamear los palacios. Arremetía contra la gente y la descuartizaba: la multitud, los techos de oro, los bellos animales seguían existiendo.

¡Cómo puede uno extasiarse en la destrucción, rejuvenecer mediante la crueldad! El pueblo no murmuró. Nadie dio su opinión al respecto.

Una tarde, mientras el Príncipe galopaba altivamente, se le apareció un Genio de belleza inefable, incluso inconfesable. ¡Su fisonomía y su porte prometían un amor múltiple y complejo! ¡Una felicidad indecible, incluso insoportable!. El Príncipe y el Genio se aniquilaron probablemente en la salud esencial. ¿Cómo no iba a costarles la vida? Así pues, murieron juntos. Pero este Príncipe falleció, en su palacio, a una edad corriente. El Príncipe era el Genio. El Genio era el Príncipe.

Le falta música sabia a nuestro deseo.


/Arthur Rimbaud/Iluminaciones/

sábado, 21 de noviembre de 2009

Oda a Walt Whitman

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.

/Federico García Lorca/Poeta en Nueva York/

lunes, 9 de noviembre de 2009

Vagabundos

¡Lamentable hermano! ¡Cuántas veladas atroces le debo! "Yo no asumía fervientemente esta empresa. Yo me había burlado de su invalidez. Por mi culpa volveríamos al exilio, a la esclavitud." Me atribuía malas rachas y una inocencia muy extrañas, y añadía razones inquietantes.

Yo respondía con burlas a ese satánico doctor y terminaba tomando la ventana. Yo creaba, más allá del campo que atravesaban bandas de música rara, los fantasmas del futuro lujo nocturno.

Tras esa distracción vagamente higiénica, me echaba sobre un catre. Y, casi todas las noches, apenas me dormía, el pobre hermano se levantaba, la boca podrida, los ojos arrancados - ¡tal como se soñaba! - y me arrastraba hasta la sala aullando su sueño de desdicha idiota.

Yo había tomado, en efecto, y con toda sinceridad de espíritu, el compromiso de devolverlo a su estado primitivo de hijo del Sol, - y nosotros errábamos, alimentados con el vino de las cavernas y el bizcocho de la ruta, yo, apurado por encontrar el lugar y la fórmula.


/Arthur Rimbaud/Iluminaciones/

sábado, 7 de noviembre de 2009

Grito hacia Roma

(DESDE LA TORRE DEL CRYSLER BUILDING)

Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

/Federico García Lorca/Poeta en Nueva York/

miércoles, 4 de noviembre de 2009

sobre la "deseabilidad" de las cosas

Los menos ven claramente lo que encierra el punto de vista de la deseabilidad, cada "así debería de ser, pero no es" o incluso "así debería haber sido" implica: una condena de la marcha total de las cosas. Pues no existe nada aislado en ella: lo más pequeño sustenta la totalidad, sobre tu pequeña injusticia descansa la contrucción total del futuro, en cada crítica que afecta lo más mínimo se condena también la totalidad. Ahora, dando por supuesto, como lo supusiera el mismo Kant, que la norma moral no ha sido nunca perfectamente realizada, que quedaría pendiendo sobre la realidad como una especie de más allá sin caer jamás en ésta: entonces la moral encerraría un juicio sobre la totalidad, el cual admitiría la pregunta: ¿de dónde se toma ella este derecho? ¿Cómo es que la parte llega a ser aquí de juez de la totalidad? -Y si este juzgar moralmente y esta insatisfacción moral ante lo real fueran de hecho, como se ha aseverado, un instinto inextinguible ¿no vendría entonces quizá a hacer parte de aquellas inextinguibles imbecilidades e también inmodestias de nuestra especie? - Pero, en cuanto decimos esto, hacemos aquello que condenamos; la condición de la deseabilidad, el hacer de juez sin autoridad, hace parte del carácter dee la marcha de las cosas, al igual que toda injusticia e imperfección- es justamente nuestro concepto de "perfección" el que no encuentra cumplimiento.Todo impulso que quiera ser satisfecho, expresa su insatisfacción con el estado presente de las cosas: ¿cómo?, ¿es la "marcha de las cosas" quizá justamente el "¡lejos de aquí!" "¡lejos de la realidad!", la eterna insatisfacción misma? ¿es la deseabilidad acaso la fuerza impulsora misma?, ¿es ella -deus?

Me parece importante deshacerse de la unidad, del Todo, de cualquier fuerza, de un incondicionado; no se podría evitar tomarlo como instancia suprema y bautizarlo Dios. Se ha de fragmentar el Todo; perder el respeto por el Todo; restituir a lo más próximo, a lo nuestro, aquello que le hemos dado a lo desconocido y a la totalidad. Lo que Kant, por ejemplo, dice "Dos cosas siguen siendo eternamente dignas de veneración" -hoy diríamos más bien "la digestión es más digna de honra". El Todo conllevaría siempre los viejos problemas "¿cómo es posible el mal?" etc. Así, pues: no hay ningún Todo, falta el gran sensorium o inventarium o despensa de fuerza: en esto [+ + +]

/Fragmentos Póstumos/ Friedrich Nietzsche/

domingo, 1 de noviembre de 2009

Orfeo, Eurídice, Hermes

Era la extraña mina de las almas.
Igual que silenciosos minerales de plata, iban
como venas por la oscuridad. Entre raíces
brotaba la sangre, que parte hacia los hombres,
y parecía pesada como pórfido, en la oscuridad.
Por lo demás no había nada rojo.

Había allí rocas,
e inmateriales bosques. Puentes sobre el vacío
y aquel estanque grande, gris y ciego
que colgaba sobre su lejano fondo
como cielo lluvioso sobre un paisaje.
Y entre praderas, suaves y llenas de indulgencia,
apareció la pálida franja del único camino,
como una larga palidez tendido.

Y por este único camino venían.

Delante, el hombre esbelto en manto azul,
de mirada impaciente y muda.
Sin masticar, su paso devoraba el camino
a grandes bocados; sus manos colgaban
pesadas y cerradas, fuera de la caída de los pliegues
y ya no sabían nada de la ligera lira
que estaba enclavada en la izquierda
como tallos de rosa en la rama de olivo.
Y sus sentidos estaban como divididos:
mientras su mirada iba delante, como un perro,
se volvía, venía y siempre volvía a estar
lejana y esperando en la próxima curva,
su oído se quedaba atrás, como un olor.
A veces le parecía como si llegara su oído
hasta el andar de aquellos dos
que habían de seguirle en toda esta subida.
Luego, otra vez, era sólo el eco de su subir
y el aire de su manto lo que estaba tras él.
Pero él se decía que sí vendrían;
lo dijo en alta voz y oyó su propio eco.
Que sí vendrían, sólo que eran dos
que andaban de forma terriblemente silenciosa. Si pudiera
volverse una vez (si el mirar hacia atrás
no fuera la descomposición de toda esta obra
que aún estaba por cumplirse) tendría que verlos,
a los dos silenciosos que le siguen, callados:

el dios del caminar y del lejano mensaje,
con el casquete de viaje sobre los ojos claros,
llevando el esbelto bastón ante el cuerpo
y batiendo las alas de los tobillos;
y, entregada a su mano izquierda, ella.

La tan amada, que de una lira
hizo brotar más quejas que nunca de plañideras;
que hizo formarse un mundo de quejas, en que todo
volvía a estar de nuevo: bosque y valle
y camino y aldea, campo y río y animal;
y en torno de ese mundo de queja, igual que
en torno de la otra tierra, marchaba
un sol y un silencioso cielo estrellado,
un cielo de queja con estrellas desfiguradas...
Esta, tan amada.

Ella, sin embargo, iba de la mano de aquel dios,
el paso limitado por las largas vendas del sudario,
insegura, suave y sin impaciencia.
Estaba en sí, como una en estado de buena esperanza,
y no pensaba en el hombre que iba delante
ni en el camino que ascendía hacia la vida.
Estaba en sí. Y su haber muerto
la llenaba como una plenitud.

Como un fruto de dulzura y oscuridad,
así estaba ella llena de su gran muerte,
que era tan nueva que ella nada comprendía.

Estaba en una nueva virginidad
e intocable; su sexo estaba cerrado
como una joven flor al caer de la tarde,
y sus manos estaban ya tan desacostumbradas
de la unión corporal, que hasta el contacto
infinitamente suave del dios, al guiarla,
la ofendía como un exceso de familiaridad.

Ya no era aquella mujer rubia
que a veces resonaba en los cantos del poeta;
ya no la isla y el aroma de la ancha cama,
ni ya la propiedad de aquel hombre.

Ya estaba suelta como pelo largo
y entregada cual lluvia que ha caído
y repartida como acopio céntuple.

Era ya raíz.

Y cuando de repente, brusco,
el dios se detuvo y, con dolor en la exclamación,
dijo las palabras: "Se ha dado la vuelta"...,
ella no entendió nada y dijo, suave: ¿Quién?

Pero lejos, oscuro ante la salida clara,
había alguien, uno cualquiera, cuyo rostro
no podía reconocerse. Estaba allí y veía
cómo, en la raya de un sendero en el prado,
con mirada llena de tristeza, el dios del mensaje
se volvía callado, para seguir a la figura
que ya retrocedía por este mismo camino,
el paso limitado por las largas vendas del sudario,
insegura, suave y sin impaciencia.

/Rainer Maria Rilke/ Nuevos Poemas/